El crecimiento y como criar unicornios

El crecimiento y como criar unicornios

Hacer crecer una empresa es algo diferente de mantenerla a flote. Creo que alguna vez he hablado de la importancia del ahorro, de ser literalmente, ese tipo que la gente odia porque le va bien, parece que tiene dinero, pero no suelta un céntimo. Ese prototipo de empresario del que la gente dice “Por eso tiene dinero, porque no suelta el puño”. Esto es lo que nos ayudará a no derrochar, a mantenernos, a guardar el dinero para cuando lo necesitemos para no encontrarnos con que de repente, por bien que vayan las cosas, muramos. El fundador de Ikea, Ingvar Kamprad, era bien conocido por ser el prototipo perfecto de rácano, austero y controlador del gasto a niveles extremos. Probablemente adquirió un hábito en sus inicios, un hábito de austeridad que le ayudó a superar las etapas iniciales de su proyecto empresarial.

Un joven emprendedor de mi pueblo, un tipo con un doctorado, intentó montar un bar. Hablo de un chico con estudios que conoce bien el medio rural. Un tipo con cabeza, vaya. Hizo las cosas bien, y el bar creció como la espuma. De hecho, le fue muy bien. Tanto que había mucho dinero en la caja. Un bar es un negocio complicado, por que entre otras cosas, uno puede subirse arriba fácilmente y no me refiero únicamente a los números del excel. No nos confundamos, es algo que le puede pasar a cualquiera si se siente especialmente motivado por su trabajo: da igual que sea servir copas, hacer fotos, organizar eventos o crear software, es fácil venirse arriba cuando te apasiona lo que haces. Cuando uno se viene arriba, como mi amigo, se pone a invitar a copas, a no negociar con detalle con los proveedores, a no calcular con rigor el punto en el que pierdes o ganas dinero, y sobre todo, a gastar más que lo puedes ingresar.

Mi amigo ahora tiene una experiencia que contar, en el bar de otros. Porque el suyo se lo embargaron. Vive en casa de sus padres.

Bien, supongamos que mi amigo sobrevivió esa fase, entre otra cosas porque tenía una mujer muy celosa que sabía que no podía dejarle solo en la barra del bar. Ella controlaba los pagos a proveedores a rajatabla, contaba las copas servidas y las cobradas y sabía que el margen de error era mínimo así que todo cuadraba con los cálculos, y por supuesto, el dinero de caja era sagrado. No entraba ni salía nada que no estuviera en las cuentas. El negocio funcionó, pero pronto, llegó a un tope. Un tope “majo” según ellos -que eran, como yo, de la Rioja- pero un tope al fin y al cabo. Un bar tiene unas horas de apertura, y un número de personas que pueden entrar, son matemáticas.

Hay dos tipos de empresarios. Los que se conforman con haber sobrevivido y los que no. Todos vamos a morir tarde o temprano, y la mayoría de las veces “sobrevivir” es esperar a que la competencia te elimine. El pez grande se come al chico, pero solo si este se queda pequeño.

Durante unos años, mi amigo disfrutó su status de empresario joven y de sus beneficios, eso sí, bien controlado por su mujer. Pero como en todas las historias con moraleja, hay un drama, y este llegó un día, cuando un tipo de fuera montó una discoteca en la otra punta del pueblo.

No se preocupó. “Es de fuera, no conoce el pueblo”, “no aguantará el invierno”, “no conoce a los proveedores como yo”. El caso es que el tipo aguantó.

No conozco las condiciones en la que ese empresario entró a competir. No sé si tuvo que hipotecar su casa, vender un riñón de contrabando, o trabajaba entre semana como consultor informático. Lo que sé es que el negocio comenzó poco a poco y fue cada vez a más.

Para crecer es necesario arriesgar. Arriesgar, para un empresario, es arriesgar dinero. Puede ser arriesgar beneficios o puede ser arriesgar tesorería pura y dura. Sea como sea, es un riesgo, por que podemos perder.

Mi amigo no arriesgó, de hecho, no cambió su oferta ni nada de cómo gestionaba su negocio. Ni siquiera se molestó en espiar lo que hacía su competencia. Se creía seguro, creía que su cuota de mercado era suya de alguna modo, que ya la había conquistado.

Su competidor sin embargo, primero comenzó con una oferta típica de discoteca, y con el tiempo fue cambiando su estrategia, sin dejar de abandonar lo que le funcionaba. Con el tiempo, amplió el local, e incluso montó un restaurante al lado de su primer negocio.  Tuvo que arriesgarse a perder lo que tenía, no solo financiando nuevas operaciones sino arriesgando las que estaban en curso.

Volvamos a hablar de Ingvar Kamprad, el fundador de Ikea. El tipo agarrado, el tipo miserable que se compraba ropa en grandes almacenes e iba a trabajar en metro. Este tipo tuvo que arriesgar, muchas veces, todo el dinero que había logrado ahorrar para lanzarse a alguna loca idea que él creía que haría avanzar su negocio. Todos los empresarios, todos, hemos escuchando consejos bienintencionados de alguien en nuestro círculo que nos decían “Te vas a arruinar, te estás equivocando, eso no se puede hacer o eso ya está inventado, o no vales para eso”. Todos, sin excepción. Bueno, Ingvar también lo escuchó en su momento, estoy seguro. Su biografía nos demuestra que era extremadamente conservador acerca de cómo manejar su dinero, sin embargo… lo arriesgó. No una, sino decenas de veces.

Ese acto casi suicida, arriesgarlo todo de nuevo, es algo muy, muy difícil para un emprendedor que ha aprendido a conservar su tesorería e independencia y que ya tiene una posición estable bajo sus pies. Por eso es tan difícil crecer cuando uno ha superado las primeras etapas de supervivencia.

Por eso, crecer es lo más parecido a criar unicornios. Porque los unicornios no existen, y hay que inventárselos. Nadie le dirá en qué es inteligente invertir su dinero o esfuerzo para crecer, nadie lo puede hacer por usted, y si les deja, probablemente se estampe. La culpa, eso sí, será exclusivamente suya, igual que las deudas.

Eso sí, siempre puede conformarse con lo que ya tiene y esperar a que todo acabe cuando alguien con más hambre e iniciativa que usted le dispute su territorio.